ALGÚN DÍA EN COLOMBIA SE DIRÁ



Que hubo una vez un candidato que soñaba con ser Presidente y presidir el País como Fidel lo hizo en Cuba o, al menos, como Chávez lo hizo en Venezuela.

Un día su sueño se cumplió pero, fue entonces cuando su sueño se transformó en pesadilla.

Descubrió que Colombia no era Cuba y tampoco era Venezuela.

Descubrió que él mismo no era Fidel y tampoco era Chávez.

Era sólo un Presidente que debía someterse a las Leyes y la Constitución vigente; debía gobernar y respetar la división de poderes, el Congreso, la Justicia, la Prensa, independientes.

Se dijo entonces el Presidente:

Llegó la hora de despertar. No más sueño, no más pesadilla.

Si quiero cambiar mi País, ese cambio comienza por mí.

Y fue entonces, sólo a partir de entonces, que pudo advertir que el cambio que prometía dejó de ser quimera, dejó de ser fantasía, adquirió la consistencia de lo real y lo concreto, dejó de ser palabra vana, provocación, insulto, agravio.

No podemos despertar lo mejor de un País, si no despertamos primero de nuestras propias pesadillas.

Quien promueve la división de su País, quien exacerba las pasiones sectarias, jamás convocará libremente mayorías suficientes, constituyentes, democráticas.

No se trata de gobernar como Fidel o como Chávez.

Se trata de gobernar como la Constitución lo ordena, dentro de sus límites y condiciones.

Y no porque haya Constitución perfecta e inmutable, sino precisamente porque no habrá nunca Pueblos perfectos ni Gobernantes perfectos, ni Paces perfectas, ni Democracias perfectas.

Nada perfecto habrá nunca sobre la Tierra, siempre serán necesarios los Cambios.

Así las cosas, hagamos de este período 2022-2026 una magnífica ocasión de aprendizaje. Los unos y los otros. Las izquierdas y las derechas. Los oficialistas y los opositores.

Aún siendo conscientes que no existen, ni existirán, aprendizajes perfectos.

Algún día en Colombia se dirá que estos tiempos tempestuosos que nos ha tocado padecer han servido para que volvamos a valorar la necesidad de los cambios y la necesidad de aprender a procesarlos sin exigirles a los demás -a quienes no piensan en todo como nosotros- lo que seguimos siendo incapaces de exigirnos a nosotros mismos.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Atentamente,

Juan Rubbini

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