Las Autodefensas y su largo camino a casa
ASÍ LA VEO YO
Año 3 - Número 92
Por Juan Rubbini
"En las manos de la Justicia los cimientos del nuevo Estado" (Juan Rubbini)
Entre lo políticamente correcto y lo estrictamente jurídico nada debe estar por encima de la Ley ni por debajo de la mesa. La guerra tiene sus leyes y la desmovilización y el desarme también deben tenerlas y han de respetarse.
Si la Fiscalía y las Cortes no se enredan en la maraña de las mezquindades políticas –y los enroques del ajedrez geopolítico- la Justicia colombiana tiene asignado por la Historia el insustituible e indelegable papel de conducir a los desmovilizados colombianos de regreso a la vida civil.
Si ‘don Macaco’ y ‘don Berna’, al igual que ‘Simón Trinidad’ y ‘Sonia’, deben en legítima justicia hacer escala en otro país antes de regresar a su casa en Colombia, pues que así sea, pero que no sea porque lo exigen los Estados Unidos sino porque la Justicia colombiana lo entiende así y actúa en derecho, teniendo en cuenta todos y cada uno de los intrincados asuntos que le competen y se ven reflejados en este caso.
Que no resulte –y nos vayamos a enterar dentro de una o dos generaciones- que el gobierno de los Estados Unidos mantiene 'infiltrado' el Estado colombiano, y lo 'manipula' para resolver sus razones de Estado hegemónico, y la Justicia colombiana no defiende los derechos de los ciudadanos colombianos. Porque esto no lo toleran las guerrillas pero tampoco lo aceptan las autodefensas, ni las de vieja generación, ni supongo tampoco las de nueva generación, así como no lo consideramos justo los ciudadanos colombianos.
Para las autodefensas desmovilizadas, hoy en Itagüí, hoy en Cómbita, hoy en todo el país, no existe nada más políticamente correcto que respetar las actuaciones de la Justicia. Incluso para modificar las leyes –y también para modificar la Constitución- existen los caminos y las formas, los tiempos y los procedimientos constitucionales adecuados y previstos. En cuanto al bloque de constitucionalidad nada es para siempre ni rígidamente inmodificable. Las leyes están para cumplirse pero, también, en ocasiones, deben ser modificadas, sustituidas. Nada es para siempre.
Y si alguien tiene dudas al respecto, allí está Chávez para ayudar a resolver nuestros problemas internos colombianos, siempre tan activo, siempre tan dispuesto a viajar. No solo por el 'acuerdo humanitario' con las FARC se desvive el hombre, resolver el conflicto armado puede ser su próxima 'misión bolivariana'. Si Chávez está dispuesto a colaborar con el Gobierno Uribe por el lado de las guerrillas, bien puede ser invitado desde Itagüí a terciar en el espinoso tema de la reinserción de los desmovilizados, y sus consecuencias sobre el rearme y el vuelo de águila de las bandas emergentes, que también sobrevuelan la frontera común.
Que nadie se sorprenda de los cabos sueltos, los escándalos mediáticos y la inercia de amarillismo y crónica roja que acompañarán de por vida la estela de quienes han sido actores armados del conflicto colombiano. En el caso de los ex comandantes de las FARC, del ELN y de las Autodefensas se aplica prima facie aquello de que ‘el pasado los condena’ y ‘hazte la fama y échate a dormir’. Que lo digan si no es así, Petro y Navarro, ¿qué no se va a decir hoy y se seguirá diciendo mañana y siempre en los casos de ‘Macaco’ y ‘don Berna’, y de Salvatore Mancuso y ‘Jorge 40’?
Por eso es tan decisivo y crucial que la Justicia se erija en el pilar fundamental de los procesos de paz si el Estado de Colombia y sus ciudadanos aspiran a ser respetados en el mundo. Claro que el respeto por los ciudadanos –incluso por los ciudadanos que han delinquido- ha de comenzar por casa, desde el primer poder de la democracia –el Ejecutivo- hasta el cuarto poder –la Prensa.
Si resulta cierto que ‘don Macaco’ y ‘don Berna’ han delinquido tras su desmovilización ello no puede ser tomado, en Colombia al menos, por interés nacional, tan a la ligera, como si se trataran ambos de personajes del común, o rateros de esquina. Nadie ignora las difíciles circunstancias por las que atraviesa el proceso de paz, no solo con las Autodefensas, también con el ELN, e incluso el acuerdo humanitario con las FARC.
Los problemas de la casa se resuelven en la propia casa, si los países vecinos y los países amigos deciden ayudar que lo hagan –que sean entonces Venezuela o Estados Unidos, o ambos al tiempo- pero la Justicia de Colombia, atravesada hoy en su médula por los procesos de Justicia y Paz, y de la ‘Parapolítica’, no puede ni debe dejarse sacar de las manos –lo más propio sería utilizar los términos ‘arrebatar por los intereses de un tercer país, por poderoso que sea’- aquellos personajes emblemáticos de un problema determinante y prioritario para comenzar a encontrar la salida de más de cuarenta años de violencia.
Es que ‘Macaco’ y ‘don Berna’, así como ‘Simón Trinidad’ y ‘Sonia’, nos sirven aquí, a los colombianos, para que nos digan cómo y por qué, los hechos pasados, y por dónde y de qué manera, visualizan ellos que saldremos de esta tragedia nacional.
La Justicia de Colombia necesita todo nuestro apoyo como ciudadanos, incluso todo el apoyo de parte de quienes por una u otra razón han delinquido. El delito no deja de ser delito porque sea delito político, ni el delincuente tiene más o menos derechos humanos por ser político o por no serlo. El quid del problema no es si los guerrilleros son rebeldes, o si las autodefensas son sediciosas. La cuestión es cómo salimos del conflicto armado, o al menos cómo vamos saliendo. Para comenzar a salir del conflicto, comencemos escuchando y ayudando a quienes quieren colaborar con el final de las hostilidades. Y hagámoslo desde la Justicia, donde unos por propia voluntad y otros porque han sido capturados, den muestras de que quieren hacerlo. Que hayan sido en el pasado partes del problema, no les quita el derecho a rectificar sus conductas, reparar lo reparable y convertirse en partes de la solución.
Lo políticamente correcto, aquí y ahora, para las Autodefensas y para las Guerrillas, es poner su vida, su libertad y su determinación en manos de la Justicia. Pero, entonces, la Justicia se enfrenta a la madre de todos los dilemas, al punto de convergencia donde los intereses de las víctimas, de la verdad y del propio Estado se unen y se mezclan: ¿extradito o no extradito?
¿Extradito porque me lo piden los Estados Unidos? ¿O no extradito porque los supremos intereses de Colombia y de los colombianos me lo exigen?
Es cierto, se trata de 'guerrilleros', de 'autodefensas', de ‘narcos’. Pero sucede, que son ‘nuestros’ guerrilleros, ‘nuestros’ autodefensas y ‘nuestros’ narcos. Y, para acabar de ajustar, se trata de ‘nuestra’ Justicia, de ‘nuestro’ Estado y de ‘nuestra’ democracia.
Que no resulte –y nos vayamos a enterar dentro de una o dos generaciones- que el gobierno de los Estados Unidos mantiene 'infiltrado' el Estado colombiano, y lo 'manipula' para resolver sus razones de Estado hegemónico, y la Justicia colombiana no defiende los derechos de los ciudadanos colombianos. Porque esto no lo toleran las guerrillas pero tampoco lo aceptan las autodefensas, ni las de vieja generación, ni supongo tampoco las de nueva generación, así como no lo consideramos justo los ciudadanos colombianos.
Para las autodefensas desmovilizadas, hoy en Itagüí, hoy en Cómbita, hoy en todo el país, no existe nada más políticamente correcto que respetar las actuaciones de la Justicia. Incluso para modificar las leyes –y también para modificar la Constitución- existen los caminos y las formas, los tiempos y los procedimientos constitucionales adecuados y previstos. En cuanto al bloque de constitucionalidad nada es para siempre ni rígidamente inmodificable. Las leyes están para cumplirse pero, también, en ocasiones, deben ser modificadas, sustituidas. Nada es para siempre.
Y si alguien tiene dudas al respecto, allí está Chávez para ayudar a resolver nuestros problemas internos colombianos, siempre tan activo, siempre tan dispuesto a viajar. No solo por el 'acuerdo humanitario' con las FARC se desvive el hombre, resolver el conflicto armado puede ser su próxima 'misión bolivariana'. Si Chávez está dispuesto a colaborar con el Gobierno Uribe por el lado de las guerrillas, bien puede ser invitado desde Itagüí a terciar en el espinoso tema de la reinserción de los desmovilizados, y sus consecuencias sobre el rearme y el vuelo de águila de las bandas emergentes, que también sobrevuelan la frontera común.
Que nadie se sorprenda de los cabos sueltos, los escándalos mediáticos y la inercia de amarillismo y crónica roja que acompañarán de por vida la estela de quienes han sido actores armados del conflicto colombiano. En el caso de los ex comandantes de las FARC, del ELN y de las Autodefensas se aplica prima facie aquello de que ‘el pasado los condena’ y ‘hazte la fama y échate a dormir’. Que lo digan si no es así, Petro y Navarro, ¿qué no se va a decir hoy y se seguirá diciendo mañana y siempre en los casos de ‘Macaco’ y ‘don Berna’, y de Salvatore Mancuso y ‘Jorge 40’?
Por eso es tan decisivo y crucial que la Justicia se erija en el pilar fundamental de los procesos de paz si el Estado de Colombia y sus ciudadanos aspiran a ser respetados en el mundo. Claro que el respeto por los ciudadanos –incluso por los ciudadanos que han delinquido- ha de comenzar por casa, desde el primer poder de la democracia –el Ejecutivo- hasta el cuarto poder –la Prensa.
Si resulta cierto que ‘don Macaco’ y ‘don Berna’ han delinquido tras su desmovilización ello no puede ser tomado, en Colombia al menos, por interés nacional, tan a la ligera, como si se trataran ambos de personajes del común, o rateros de esquina. Nadie ignora las difíciles circunstancias por las que atraviesa el proceso de paz, no solo con las Autodefensas, también con el ELN, e incluso el acuerdo humanitario con las FARC.
Los problemas de la casa se resuelven en la propia casa, si los países vecinos y los países amigos deciden ayudar que lo hagan –que sean entonces Venezuela o Estados Unidos, o ambos al tiempo- pero la Justicia de Colombia, atravesada hoy en su médula por los procesos de Justicia y Paz, y de la ‘Parapolítica’, no puede ni debe dejarse sacar de las manos –lo más propio sería utilizar los términos ‘arrebatar por los intereses de un tercer país, por poderoso que sea’- aquellos personajes emblemáticos de un problema determinante y prioritario para comenzar a encontrar la salida de más de cuarenta años de violencia.
Es que ‘Macaco’ y ‘don Berna’, así como ‘Simón Trinidad’ y ‘Sonia’, nos sirven aquí, a los colombianos, para que nos digan cómo y por qué, los hechos pasados, y por dónde y de qué manera, visualizan ellos que saldremos de esta tragedia nacional.
La Justicia de Colombia necesita todo nuestro apoyo como ciudadanos, incluso todo el apoyo de parte de quienes por una u otra razón han delinquido. El delito no deja de ser delito porque sea delito político, ni el delincuente tiene más o menos derechos humanos por ser político o por no serlo. El quid del problema no es si los guerrilleros son rebeldes, o si las autodefensas son sediciosas. La cuestión es cómo salimos del conflicto armado, o al menos cómo vamos saliendo. Para comenzar a salir del conflicto, comencemos escuchando y ayudando a quienes quieren colaborar con el final de las hostilidades. Y hagámoslo desde la Justicia, donde unos por propia voluntad y otros porque han sido capturados, den muestras de que quieren hacerlo. Que hayan sido en el pasado partes del problema, no les quita el derecho a rectificar sus conductas, reparar lo reparable y convertirse en partes de la solución.
Lo políticamente correcto, aquí y ahora, para las Autodefensas y para las Guerrillas, es poner su vida, su libertad y su determinación en manos de la Justicia. Pero, entonces, la Justicia se enfrenta a la madre de todos los dilemas, al punto de convergencia donde los intereses de las víctimas, de la verdad y del propio Estado se unen y se mezclan: ¿extradito o no extradito?
¿Extradito porque me lo piden los Estados Unidos? ¿O no extradito porque los supremos intereses de Colombia y de los colombianos me lo exigen?
Es cierto, se trata de 'guerrilleros', de 'autodefensas', de ‘narcos’. Pero sucede, que son ‘nuestros’ guerrilleros, ‘nuestros’ autodefensas y ‘nuestros’ narcos. Y, para acabar de ajustar, se trata de ‘nuestra’ Justicia, de ‘nuestro’ Estado y de ‘nuestra’ democracia.
En fin, para un colombiano no debe existir en el mundo nada mejor que defender los derechos violados o cercenados o ignorados de otro colombiano. Aunque se trate de un delincuente, o precisamente porque se trata de un delincuente, desde aquí lo queremos reinsertar, resocializar, desde aquí lo queremos reintegrar a la sociedad, en paz, arrepentimiento y perdón con sus hermanos.
Suena chauvinista pero no lo es. Somos ciudadanos del mundo, pero lo somos desde la propia nacionalidad, desde el propio territorio, desde la propia idiosincrasia. No desde la condición de parias de la humanidad, ni de desarraigados de las propias tradiciones.
La Justicia tiene la última palabra.
Ojalá la Justicia de Colombia, ahora que tiene el tigre a sus pies no se vaya a asustar con el cuero. No se quede muda, ni hable en otro idioma, ni mire para otro lado. Porque entonces, ‘apague y vámonos’. Unos para EEUU, otros para el ‘monte’, otros, los más, a seguir ‘camellando’ pacíficamente –pero en medio del conflicto, untados de conflicto- en lo que algunos todavía llaman ‘el mejor vividero del mundo’, aquí donde amamos y nos aman.
ASÍ LA VEO YO.
Las 92 columnas que componen la serie –iniciada en marzo de 2005- de ASÍ LA VEO YO están disponibles en www.primeroelbien.blogspot.com
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